sábado, 26 de marzo de 2011

JESUS, EL HOMBRE LIBRE FRENTE AL TENER


¿En qué ponen los hombres la salvación y la seguridad, la felicidad?
Ayer y hoy, en el dinero, en la acumulación de riquezas (Lc. 12,16-20).
La seguridad económica es la única y verdadera "providencia" para muchos.
Hasta el pobre tiene cabeza de rico.
Y para conseguir, aumentar y asegurar la riqueza los hombres se exponen hasta morir y matar.
Esa falta de libertad ante la riqueza , con la codicia de ellas consiguiente hace que este sea un mundo de "ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres".
Jesús nos alerta:
"Cuidado: guárdense de toda codicia, que, aunque uno tenga de sobra, la vida no depende de los bienes" (Lc. 12,15).
Jesús venció en sí mismo todo afán y preocupación por el poseer, porque "no de solo pan vive el hombre, sino también de todo lo que Dios diga por su boca" (Mt. 7,4).
Consciente eligió nacer, vivir y morir pobre. No tuvo siquiera "donde reclinar la cabeza" (Lc. 9,58).
Como condición para ser hombre nuevo, para seguirle exigió el compartir (Lc. 18,18-25).
La persona se realiza, según Jesús, no cuando gana el mundo (es decir: lo que el mundo estima, dinero, poder, éxito...), sino cuando gana su alma:
"¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se malogra a si mismo?" (Lc. 9,25).
Y el alma se gana cuando, libre de la codicia de dinero, en un amor que comparte, en un amor de justicia, solidario con el necesitado se pone a su servicio.
La codicia oprime y es opresora. La libertad libera y es liberadora.

EN CAMPAÑA


Cuando tenía unos 30 años salió de su pueblo. Lo primero que hizo Jesús fue juntarse con el pueblo pecador (Lc. 3,21) para recibir el bautismo de penitencia que impartía Juan el Bautista. Aunque Jesús no tenía pecado (Jn. 8,45; Hebr 4,15) era solidario con su pueblo, uno más entre ellos. Los evangelios nos dicen que ese Jesús, que siempre fue Hijo de Dios, por ese hacerse hermano solidario de los hombres, fue proclamado públicamente: "Tu ere mi Hijo a quien yo quiero, mi predilecto" (Mc. 1,11) ¿Podemos ser "hijos de Dios" si no somos hermanos solidarios de los hombres?
Juan el Bautista había reprendido al Rey Herodes por el escándalo que daba viviendo como un adúltero con una que no era su mujer, que además era su cuñada, casada, "y por sus demás crímenes" (Lc. 3,19-20). Herodes lo puso preso (más tarde le cortó la cabeza, débil ante la ambición, odio y espíritu vengativo de su concubina: Mc. 6,17-29).
"Cuando entregaron a Juan, Jesús se fue a Galilea a proclamar de parte de Dios la buena noticia", que Dios viene a reinar entre nosotros: "Se ha cumplido el plazo, ya llega el reinado de Dios" (Mc. 1,14-15).
Y presenta su programa:
"El Espíritu del Señor está sobre mi, porque él me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres. Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar al año de gracia del Señor" (Lc. 4,18-19).
E inmediatamente se pone Jesús a mostrar en qué consiste concretamente ese reinado de Dios, por dónde comienza:
- y busca un grupo de seguidores, que sean amigos suyos y amigos entre sí, amigos en el Señor (Mc. 1,16-20; 2,14; 13-19);
- combate el poder de los espíritus del mal, los expulsa, libera de ellos al hombre (Mc. 1,23-28); la ignorancia era mayor en aquellos tiempos, y eran muchas las personas a las que los "espíritus" atormentaban el cuerpo y el alma;
- cura, restaura la vida del pueblo para el servicio (Mc. 1,29-34: en cuanto a la suegra de Pedro "se le pasó la fiebre y se puso a servirles");
- libera de su enfermedad, vergüenza y soledad al leproso marginado por la familia y la religión, y lo reintegra a la sociedad (c. 1,36-39);
- perdona y cura al pecador atormentado y paralítico (Mc. 2,1-12);
- denuncia que no hay cosa más impura que el puritanismo de los "justos", "separados", que desprecian a los que no son "puros" como ellos (Mc. 2,13-17);
- respetará viejas costumbres de personas y grupos, pero sin admitir componendas, remiendos, mezclas, encorsetamientos para la novedad revolucionaria de su "evangelio" (Mc. 2,18-22);
- defiende, arriesgando conscientemente la vida, que el hombre y sus necesidades primordiales están antes que cualquier ley, aun la religiosa (Mc. 2,23-27);
- que la ayuda al necesitado (y es nada menos que "hacer bien", "salvar una vida") está por encima de todas las normas, aun las religiosas (Mc. 3,1-5).

La alternativa que propone Jesús

El mensaje de Jesús plantea una alternativa al poder que en este mundo ejerce la riqueza y el dinero. Allí donde éstos se erigen en valores supremos, todo queda supeditado a ellos: el rasero por el que se miden los seres humanos es su capacidad adquisitiva, no su propia dignidad; lo que cuenta es el lucro y la ganancia, no el bien del hombre; el summum de la felicidad está en poseer sin freno ni medida, alcanzar el máximo poder y subir socialmente lo más alto posible; y las relaciones hu­manas se tornan opresivas y competitivas. Donde reina el dinero y la riqueza, reina la inhumanidad y la injusticia.
En cambio, donde se asume y se vive el mensaje de Jesús, se produce el efecto contrario: el valor supremo es el hombre, a cuyo bien se supedita todo; lo que cuenta es la dignidad humana, no el dinero o los bienes materiales que se poseen; lo que hace feliz es el amor, que se traduce en generosidad, solidaridad y entrega; y las relaciones humanas se vuelven cordiales, respetuosas, justas y fraternas. Donde reina el mensaje de Jesús, reina Dios, y con él la libertad, la justicia y la paz.
Frente a la sociedad injusta, asentada en el dinero y la riqueza, Jesús propone un modo de vida distinto y alternativo, cimentado sobre los valores que Dios encarna y promueve, y que los evangelios llaman reino o reinado de Dios. Teológicamente hablando ese modo de vida es el propio de los que sintonizan con el Dios de Jesús y están movidos por su Espíritu, la fuerza del amor y de la vida. En lenguaje secular, es el modo de vida de los hombres que apuestan por la austeridad solidaria, la generosidad y la justicia, procuran ser coherentes con esos principios y se afanan porque los individuos y la sociedad se vayan transformando de acuerdo con ellos. Esos hombres, creyentes o no, son los únicos capaces de ir abriendo caminos nuevos en la historia de la humanidad y de ir creando una nueva sociedad.